martes, 9 de octubre de 2007

in seguridad


Texto arrancado de una memoria sin memoria, cuando el acceso a uno mismo está mediatizado por la imposibilidad histórica de vivir y los accesos del paso "de una menor a una mayor perfección" se deshacen como madejas empapadas...


Miércoles 28 de Septiembre 2005

Ayer caminando por Tel-Aviv recién anochecido, volvíamos de pasar el día en Jerusalem, el microbús nos dejo junto a la nueva estación central de autobuses, parecía que una bomba pudiera estallar en cada esquina. El virus de la inseguridad arrastrado por el flujo de la sangre riega tus centros nerviosos. En realidad sería muy fácil. En cada entrada a la gran estación han instalado unas vallas formando pequeños pasillos donde la gente espera a que unos vigilantes hayan revisado las mochilas y los pasaportes y hayan pasado junto a tu cuerpo un detector de metales. Ayer alguna de las entradas estaba casi vacía, pero había una con unas cincuenta personas amontonadas unas encima de otras esperando la revisión con impaciencia, justo al lado una parada de taxis con los taxistas fuera del coche charlando animadamente sobre la acera; a unos quince metros un puesto iluminado donde vendían cruasans. La dependiente se arreglaba las uñas, la radio gritaba melodías confusas y timbre de locutor homologados. Al suicida no le hubiera hecho falta pasar ningún control, no le hubiera hecho falta disimular su carga fatal junto a su cuerpo ni disfrazarse de judío ortodoxo.



Es como si la condición de seguridad se transformara a partir de un cierto punto crítico en condición de in-seguridad. Caminaba soñoliento junto a otras milésimas, llevaba una mochila negra a la espalda y a pesar del tinte muy pálido de mi piel descubría sobre mí y sobre mi espalda miradas alarmadas, golpes perceptivos, calambrazos de miedo.

No hay comentarios: