martes, 3 de abril de 2007

cuerpos parlantes


(Tramo) Noche.
Final. Junio.


Somos los hijos de un dios monstruoso,
universo desgarrado entre los siglos infinitos, mudo,
de destrucción incesante, un calor

sobrehila el planeta.

Al planeta le nace un estrato vegetal.
A este estrato vegetal le nacen pulgas,
y a las pulgas, pulgas, como moscas.

Y a las pulgas y a las moscas sombras...

Sombras de la muerte de los soles amarillos.
Sombras y reflejos gritan
la destrucción incesante de los soles amarillos.

Somos los hijos de un dios monstruoso,
universo; somos
carne de tragedia.

Vivimos en el lado de la muerte.
Vivimos en el espejo de la muerte.
Vivimos en el lado del espejo que mira la muerte.
Vivimos en el lado en que se ve
a la muerte venir.


¿Vivimos el rumoroso pacer de los rebaños inquietos,
la dulce quietud de las almas puras,
o el delirio de los vacíos sin fondo?

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Hace no mucho tiempo escribía cosas como esta. Es el poema final de un libro incompleto, dentro de otro libro incompleto: diario de la institución, dentro de tres diarios sin centro... La época de las tormentas bajo la confusión, el baile estropeado con los pequeños retrasados mentales, siendo yo el peor, el vigilante por un tiempo limitado, y sin embargo muy, muy rico. El don de sí mismos que aquellas personas me hicieron, su ser quebrado, el ángel de espejo, el ser niños perpetuos de la institución signo del tiempo más cruel bajo palabras delicadas: puta mierda de realidad. Sí, lo siento, me ha salido así, "puta" en un contexto inadecuado, pero es que yo también estoy estropeado, el código trazó sus surcos en mi cuerpo, como en todas partes, código del placer o placer de dolor o carne del código que se goza incluso en su propia destrucción o subversión, madeja de todos los hilos en la parte más leve y exterior ya destrozada, el alma, dolor sobre la piel, efecto de la más absoluta lejanía en la pura indistinción de la materia. Porque qué somos sino un cuerpo, un cuerpo parlante, un ser que habla un lenguaje nervioso, una capacidad de catapulta para atacarnos a nosotros mismos. Hijos de un dios monstruoso...

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