viernes, 31 de agosto de 2007

vampiros en el metro



Las firmas sobre las paredes del metro marcan la expulsión a la que
[fuimos invitados
las luces blancas subterráneas como guiños de fantasmas en una
[reproducción mecánica
¡qué difícil es pensar en la eternidad de la conciencia cuando
[nuestra vida parece extraída de latas de tomate triturado
en pequeñas dosis, salpicando las paredes grasientas y llenas de
[lágrimas y el humo enfriado
incluso la luna viaja en metro bajo impulsos mecánicos
sometida a una estadística de suicidios.

El verano nos abandona más despistados y ensimismados que nunca. Paseando bajo las nubes soñando con el contagio monstruoso de las jovencitas... El vampiro más triste es el Conde Drácula: porque está solo. Y sólo le hacen caso los perros.

Otra cosa son los "drakull" de los viejos tiempos... herejes, brujas, bandidos emboscados... seres poseídos por pasiones colectivas que exigieron monstruo- samente su parte de riqueza y de poder. Asesinados y mutilados por la Iglesia Cristiana Ortodoxa en el Este de Europa para evitar que su espectro asediara las noches de la rebelión. Como dice Chesterton es una tontería pensar que no va a haber individuos que van a reclamar más parte de la que les pertocaría. La cuestión es que su existencia no es condicional, sino presente, perpetuo; la cuestión es que siempre ya están ahí esos individuos (y entidades) que reclaman violentamente más de lo que necesitan, y sobretodo más de lo que es justo. Por eso el conflicto de clase que expresan tantos conflictos mesiánicos como encontramos haciendo historia a contrapelo, es lo que nos interesa arrancar del olvido a nosotros. Nosotros que queremos destruir este mundo.

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